¿Leyendo como una mujer? ¿Leyendo como un hombre?

Tal como explica Lola Luna en Leyendo como una mujer la imagen de la mujer (1996), el lector implícito ha estado configurado a partir de la ideología patriarcal, independientemente de que el lector empírico fuera hombre o mujer. Por ello, la literatura ha diseñado modelos femeninos para complacer a este lector. 
«Podríamos afirmar por tanto que las mujeres son representadas de una manera diferente a los hombres –no porque lo femenino sea diferente de lo masculino sino porque se asume que el espectador ideal es masculino y la imagen de la mujer está diseñada para agradarle–. Cabría preguntarse si la imagen de la mujer en la literatura no ha estado tan bien diseñada para agradar a un lector ideal también masculino oculto tras el modelo especular de una lectora, pero presente en la representación como perspectiva y punto de vista». 
Sin embargo, este lector implícito patriarcal se ha subvertido en favor de una lectora implícita feminista. 
«La diferencia interpretativa se produciría al colisionar ese lector implícito masculino con una lectora ideal, feminista, leyendo como una mujer, que contrasta su experiencia genérica con el sentido atribuido al signo mujer. El sentido atribuido a la imagen de la mujer depende pues, no solo del nivel de lectura, sino también de una doble convención de lectura patriarcal que la convierte en signo sexuado para un receptor idealmente masculino y en signo modélico para una receptora mujer».
Esther Tusquets, en el prólogo a Las mujeres que leen son peligrosas (2007) de Stefan Bollman, reflexiona acerca de la lectora empírica y su capacidad de subversión.
«¿Son realmente las mujeres que leen peligrosas? ¿Lo fueron en otros tiempos, siguen siéndolo hasta hoy? ¿Cuál ha sido la reacción de los varones ante esto? ¿Ha contribuido la lectura a la emancipación de la mujer, ha sido un arma eficaz en nuestras reivindicaciones feministas? ¿Leemos nosotras de un modo distinto, establecemos otro tipo de relación con el libro. Y ¿por qué leen actualmente mucho más las mujeres que los hombres? ¿Por qué es en el campo de la escritura donde ocupó primero un lugar la mujer y donde sigue jugando un papel destacado?».
«Durante siglos han sido muchos los hombres a los cuales las mujeres que leen les han parecido sospechosas, tal vez porque la lectura podía minar en ellas una de las cualidades que, abiertamente o en secreto, a veces sin ni confesárselo a sí mismos, más valoran: la sumisión. (...). Pero creo que la situación ha variado en estos últimos cincuenta años, en que la lectura se ha generalizado y ha perdido poder, y entendí perfectamente que al preguntarle a un amigo, con motivo de este libro, si creía él que las mujeres que leían eran peligrosas, me respondiera; “A mí me dan más miedo las que no leen”».
«Es indudable que el acceso a la lectura, que es la principal puerta de ingreso al mundo de la cultura, supuso un gran avance para la mujer, como para cualquier colectivo étnico o social en posición de desventaja y de dependencia. Le dio mayor confianza en su propio valer, la hizo más autónoma, la ayudó a pensar por sí misma, le abrió nuevos horizontes».