¿Existe la escritura femenina?

Según Carmen María Matías López y Philippe Campillo («¿Puede hablarse realmente de escritura femenina?», 2009), «utilizamos el término Literatura Femenina para referirnos a toda producción literaria escrita por una mujer o cuyo lector es femenino». Claudine Sandra Quinn afirma en su obra Une révolte inconsciente que existe una diferencia entre la mujer y el hombre; esto es resultado de diferencias tanto biológicas como sociales. Así pues, hombre y mujer son dos individuos diferentes que perciben la realidad de manera distinta, por lo que también la transcribirán de distinto modo. 
La mujer escritora ha sido estudiada especialmente por la ginocrítica. Dentro de la ginocrítica, hay que destacar a autoras como las siguientes: Cixous, Irigaray, Kristeva y Witting, quienes reflexionan acerca de la posibilidad y pertinencia de una «escritura femenina».
Se han señalado los siguientes rasgos como propios de la escritura femenina: narración autodiegética, privilegio de la subjetividad, ruptura con la estructura tradicional de la novela, importancia de los personajes femeninos en detrimento de los masculinos, recurrencia a la memoria de la infancia, preferencia por los espacios interiores, uso de la ambigüedad y la ironía, empleo del monólogo interior, sustitución del realismo social por el psicológico, libertad sintáctica y expresiva, limitación del mundo real al mundo empírico, etc.
Hay quienes rechazan la existencia de una escritura femenina. Este es el caso de Rosa Montero, quien afirma en La loca de la casa (2003): 
«No, no existe una literatura de mujeres. (...). Una novela es todo lo que el escritor es: sus sueños, sus lecturas, su edad, su lengua, su apariencia física, sus enfermedades, sus padres, su clase social, su trabajo… y también su género sexual, sin duda alguna. Pero eso, el sexo, no es más que un ingrediente entre muchos otros. Por ejemplo, en el mundo occidental de hoy el hecho de ser mujer o ser hombre impone menos diferencias de mirada que el hecho de venir de un medio urbano o de un medio rural. Por lo tanto, ¿por qué se habla de literatura de mujeres y no de literatura de autores nacidos en el campo, o de literatura de autores con minusvalías físicas, pongamos por caso, que seguro que te dan una percepción de la realidad radicalmente distinta? Lo más probable es que yo tenga mucho más que ver con un autor español, varón, de mi misma edad y nacido en una gran ciudad, que con una escritora negra, sudafricana y de ochenta años que haya vivido el apartheid. Porque las cosas que nos separan son muchas más que las que nos unen».
Virginia Woolf, en Una habitación propia (1929), reflexiona sobre la androginia escritural: 
«Tenemos un instinto profundo, aunque irracional, en favor de la teoría de que la unión del hombre y de la mujer aporta la mayor satisfacción, la felicidad más completa. Pero la visión de aquellas dos personas subiendo al taxi y la satisfacción que me produjo también me hicieron preguntarme si la mente tiene dos sexos que corresponden a los dos sexos del cuerpo y si necesitan también estar unidos para alcanzar la satisfacción y la felicidad completas. Y me puse, para pasar el rato, a esbozar un plano del alma según el cual en cada uno de nosotros presiden dos poderes, uno macho y otro hembra; y en el cerebro del hombre predomina el hombre sobre la mujer y en el cerebro de la mujer predomina la mujer sobre el hombre. El estado de ser normal y confortable es aquel en que los dos viven juntos en armonía, cooperando espiritualmente. Si se es hombre, la parte femenina del cerebro no deja de obrar; y la mujer también tiene contacto con el hombre que hay en ella. Quizá Coleridge se refería a esto cuando dijo que las grandes mentes son andróginas. Cuando se efectúa esta fusión es cuando la mente queda fertilizada por completo y utiliza todas sus facultades. Quizás una mente puramente masculina no pueda crear, pensé, ni tampoco una mente puramente femenina. Pero convenía averiguar qué entendía uno por «hombre con algo de mujer» y por «mujer con algo de hombre» hojeando un par de libros. Desde luego, Coleridge no se refería, cuando dijo que las grandes mentes son andróginas, a que sean mentes que sienten especial simpatía hacia las mujeres; mentes que defienden su causa o se dedican a su interpretación. Quizá la mente andrógina está menos inclinada a esta clase de distinciones que la mente de un solo sexo».

¿Podemos, pues, hablar realmente de escritura femenina?
Virginia Woolf