Anne: el matrimonio o la religión

A lo largo de la novela, Anne se ve rodeada por un discurso dominante que le impone una forma de vida basada en dos únicas opciones: el matrimonio o el convento.
«–Tú, mi pequeña, –prosiguió la viuda–, tendrás una vida de mujer a la antigua usanza, con un marido y muchos hijos. Eres afortunada. Además, no se puede decir que sea feo tu Philippe… ¿Verdad, señoras?».
«–¡Se lo prometí a tu madre, Anne! Llorando le juré que, si sobrevivías, te trataría como a mi propia hija. Mi tarea no habrá concluido hasta que te cases».
«–Ahora, hermana, querría que le permitierais desarrollarse, que dejarais de contradecir su vocación, que dejarais de prohibirle amar como ella quiere hacerlo. Os lo ruego, dejad que su amor vaya a donde tiene que ir.
Las mujeres presentes no entendían nada de su arenga. Godeliève articuló por fin:
–¿De qué está hablando?
–¡De Dios! –bramó Braindor–. Es evidente que esta muchacha está destinada a Dios».
En Tiempo de feminismo (2000), Celia Amorós afirma que «entre los católicos, las esposas pueden verse atrapadas entre dos misoginias, la del sacerdote y la del marido, o encontrar en aquel frente a este cierto refugio».
Anne siente que no encaja dentro de ninguna de esas dos opciones que la sociedad le brinda. Por ello, desarrolla un discurso subversivo a través del que cuestiona tanto el matrimonio como la dedicación religiosa. 
«Anne temía deber su existencia a un sacrificio; peor aún, a una abnegación inútil. ¿Valía ella esa renuncia? Mísera, incoherente, menos que nada, no disfrutaba de esa vida que su madre había juzgado tan valiosa. Qué desperdicio…».
«–¿Quieres hacerme feliz? –le preguntó un día Philippe.
Ruborizándose, Anne reaccionó enseguida y, con sinceridad, contestó: 
–¡Sí, claro!
–Pero ¿feliz, feliz de verdad? –imploró el muchacho.
–Sí.
–Pues entonces sé mi mujer.
Esa perspectiva no le gustó tanto: ¿cómo, él también? Hete aquí que razonaba como su prima, como toda esa gente que le resultaba tan aburrida. ¿Por qué esa convención? Espontáneamente, Anne buscó negociar:
–¿No crees que puedo hacerte feliz sin casarme contigo?
Él se apartó de ella, receloso.
–¿Eres de esa clase de mujeres?
–¿A qué te refieres?
A veces los chicos mostraban reacciones incomprensibles… ¿Acaso había dicho algo escandaloso? ¿Por qué la miraba así, con el ceño fruncido?». 
«–Desearía casarme contigo.
–¿Por qué?
–Todo hombre necesita una mujer.
–¿Por qué yo?
–Porque me gustas.
–¿Por qué?
–Eres la más hermosa y…
–¿Y?
–¡Eres la más hermosa!
–Eso ya lo has dicho, ¿y?
–¡Eres la más hermosa!
Como lo había sonsacado sin coquetería, el halago no le suscitó vanidad alguna. DE vuelta en casa de su tía, esa noche se limitó a preguntarse: “¿Es suficiente con que sea hermosa? Él, apuesto; yo, hermosa”.
Al día siguiente, le rogó que le aclarara las cosas:
–¿Por qué tú y yo?
–¡Tú y yo, con nuestro físico, tendremos niños magníficos! –exclamó.
¡Vaya, Philippe confirmaba entonces todos sus temores! Se expresaba como un ganadero que aparea a sus mejores animales para que se multipliquen. ¿Era entonces eso el amor entre los humanos? ¿Eso y nada más? Ojalá hubiera tenido madre para hablar con ella de esas cosas…
¿Reproducirse, eso era lo que todas las mujeres de su entorno aguardaban con tanta impaciencia?».
«¿Que la vocación de Anne era Dios? A nadie se le había ocurrido.
Ni a la propia Anne siquiera» .
«Ese Dios tempestuoso la aterraba, era un padre terrible que reprendía, castigaba, vengaba, exigía sacrificios, destruía ciudades y enviaba diluvios, como un bandido colérico escondido en el bosque del cielo. En el fondo, era una suerte que Braindor hubiera fracasado en su propósito de llevarla a un convento: Anne temía a Dios sin conseguir amarlo».
La verdadera vocación de Anne no es matrimonial ni religiosa. Ella se siente profundamente atraída por la naturaleza, y es a esta a la que quiere dedicar su vida.
«Iba a casarse poco después y, sin embargo, desde que se había despertado solo era sensible a la primavera, que abría las flores. La naturaleza la atraía más que su prometido. Anne adivinaba que la felicidad se escondía fuera». 
«¡Era todo tan extraño! Por la ventana se veían dos cosas, Philippe y una mariposa: la novia se interesaba por el insecto, y la tía, por el novio». 
Anne se rebela contra los dictados sociales. 
«¿Por qué no se rebelaba? En el fondo, los demás siempre habían dispuesto de ella desde su nacimiento, y ella siempre se había dejado hacer».
«–Renuncio al matrimonio. De eso se trata. No es mi destino. No tengo razones, pero aun así no debo casarme. Lo siento mucho…».
Anne encuentra en el beaterio su lugar.
«Desde que se había mudado al beaterio, Anne se sentía realizada. Vivir con mujeres que aceptaban –o incluso que perseguían– un destino escepcional la animaba a trazar su camino. Sí, una se podía marcar otros objetivos que barrer, sufrir la dominación del hombre, tener hijos y limpiarles el trasero; las que la rodeaban, ya provivieran de la aristocracia o de los barrios más pobres, así lo creían.
Formaban una comunidad que no era ni cerrada ni religiosa, pero preferían vivir juntas, trabajar y profundizar en su fe mediante una vida de austeridad y oración. Obedecían unas normas escritas, pero no pronunciaban votos y eran tan libres de quedarse allí como de marcharse».
Sin embargo, la sociedad no puede tolerar el discurso subversivo desarrollado por Anne. Por ello, es condenada a muerte por la Santa Inquisición.
«Brujas no estaba preparada para escuchar a Anne. Su época no tenía la madurez suficiente; peor aún, los prejuicios interpretaban un discurso distinto del que enunciaba la muchacha. “No es ella quien está lejos de nosotros; somos nosotros quienes lo estamos de ella”».
«Ida había dado fe de que su prima organizaba, las noches de luna llena, ritos satánicos en compañía de animales salvajes».
«Como no entendía nada de sus poemas –”tonterías pretenciosas”–, Ida no había podido utilizarlos. El archidiácono en cambio, al enterarse el mismo día de la detención de la iluminada y de la muerte de su protectora, había enviado al tribunal las copias que poseía, acompañadas de una nota en la que declaraba que veía en ellos la expresión de un ateísmo o de una fe opuesta a las enseñanzas de la Iglesia. La blasfemia con la sospecha de herejía se añadió pues a las acusaciones contra el derecho común».
«El mandato contra ella comportaba tres alegaciones: brujería, sacrilegio y asesinato por envenenamiento». 
«Anne no se doblegaría. Era incapaz de llegar a un compromiso, por lo que seguiría enunciando, de manera recta y fatal, lo que le dictaba su creencia.
–Nuestra opinión está formada –concluyó el prelado–. Esa fe de la que se gloria, ¿podría alimentarla sin los santos sacramentos?
–Sí». 
«Van a sacrificar a una inocente por culpa de los delirios de una fulana que no soporta su desgracia y su decrepitud, la vanidad de un archidiácono, el poder subterráneo de la Inquisición y los temores de una época en la que se enfrentan a vida o muerte distintas maneras de creer».