Hanna: de la sumisión a la rebeldía

La sociedad que rodea a Hanna le impone un prototipo de mujer basado en el matrimonio y la maternidad. Ella trata de responder a este modelo, pero siente que no encaja dentro de él y se siente frustrada. 
«No sé ser la mujer que exige nuestra época. Me cuesta interesarme por los temas propios de nuestro sexo, tales como los hombres, los hijos, las joyas, la moda, el hogar, la cocina…y yo misma. Pues la feminidad manda mimar con devoción el rostro, la figura, el cabello y la apariencia en general. La coquetería me es ajena, me visto de cualquier manera, desdeño los cosméticos y me alimento poco».
«Sin embargo, entiéndelo: una parte de mí sufre. Siento que soy un error. Un error absoluto. De hecho, no estoy a la altura de nada, ni de lo que la vida me ofrece, ni de lo que se espera de mí».
«¿Qué me impulsa a levantarme cada mañana? Salvo mi colección, no hay nada en el día que empieza que me atraiga. Pese a todo, saco fuerzas de flaqueza y me pongo mi uniforme, ensayo mi papel, repaso mis réplicas, ordeno mis entradas y salidas del escenario, en resumen: me preparo para la comedia en la que se ha convertido mi existencia. Quizá anhele un milagro… ¿Cuál? Dejar de verme actuar. No ser más la actriz ni la espectadora de mí misma. Dejar de juzgarme, de criticarme y de percibir mi impostura (…). Por ahora interpreto bien mi papel, nadie descubre mi juego. Bajo mi mímica y mi elocuencia nadie percibe mi desasosiego».
Hanna se siente presionada por la sociedad y decide contraer matrimonio. Pese a su infelicidad, ella solo trata de complacer a su marido. 
«Lo tengo todo para ser feliz, pero no lo soy apenas. Y sin embargo me esfuerzo… Cada día me recuerdo a mí misma que vivo en un palacio, entre la buena, qué digo la buena, la mejor sociedad de Viena, que soy amada y deseada; cada hora me obligo a mí misma a reconocer que gozo de excelente salud, que como más de lo que necesito, que me codeo con personas divertidas, que en esta capital del Imperio me basta con ir a la ópera, al concierto, al teatro y a las galerías de arte para acceder a los frutos del ingenio humano. Cada noche, observo el hermoso cuerpo dormido de mi marido, repitiéndome que nueve austriacas de cada diez darían lo que fuera por estar en mi lugar. Pero, pese a mis exámenes de conciencia, pese a mi buena voluntad, fracaso. Mi felicidad la sé, pero no la siento. Lo que siento es como un malestar… Si al menos pudiera ponerle nombre…».
«Me entrego a Franz por amabilidad, por altruismo, por solicitud, pues he decidido hacerle todo lo feliz que pueda. Llevo a cabo mi tarea con aplicación. Ni motivada por el gusto ni atormentada por el deseo, me proporciona un placer escaso, tan solo la satisfacción del deber cumplido o la emoción de ver a ese robusto muchacho quedarse dormido, saciado, junto a mí».
Hanna no disfruta de sus relaciones sexuales (no tiene orgasmos), pues estas son para ella un mero ritual. Hanna mantiene una conversación sobre este tema con la tía Vivi.
«–Entonces, querida, ¿la hace feliz mi atractivo sobrino?
–Oh, sí…
–Le hablo de su comportamiento entre las sábanas, naturalmente…¿Es un amante brioso?
–Sí
–¿Constante?
–Sí.
–¿Excesivo?
–A veces.
–Tanto mejor. La envidio, Hanna (…). ¿Y usted?
–Yo ¿qué?
–¿Se abalanza usted sobre él?
–No me da tiempo, él siempre se me adelanta.
–Concluidos los placeres, ¿pide usted repetir?
–¿Debería?
–Déjeme adivinar, mi pequeña Hanna: si nunca toma la iniciativa en sus relaciones es porque aún no conoce el minuto deslumbrante.
–¿El…?
–¡El minuto deslumbrante! El instante en que su cuerpo estalla de placer, en el que todo su ser no es sino un grito de goce (…). Tiene que relajarse, abandonarse, tiene que pensar en usted, en sus sensaciones, en su felicidad… Durante el orgasmo es cuando más probabilidades hay de quedarse encinta».
Hanna intenta por todos los medios quedarse embarazada, pues esto es lo que se espera de ella. Sin embargo, no lo consigue y se siente frustrada. Esta situación la lleva a desarrollar un embarazo psicológico. 
«–El mío es un caso desesperado. Vamos que, a sus ojos, de niña inocente  he pasado a ser mujer culpable. 
No hace mucho, a escondidas, consulté a un médico para determinar si mi cuerpo tenía alguna anomalía que lo hiciera estéril. El doctor me contestó sin ambigüedades:
–Está usted  perfectamente constituida, señora, para traer hijos al mundo.
(…)
¡Si hay una responsable o, peor aún, una culpable, esa soy yo! Hasta mi último aliento protegeré a mi marido, asumiré nuestra esterilidad. Y si algún día insinúa que necesita una familia, le cederé el sitio a un vientre fértil.
Mi dulce Franz… Ha cometido un grave error otorgándome su amor (…). No soy más que una miserable que prospera en un malentendido y se aprovecha desvergonzadamente de un hombre caballeroso».
«–No me perdono mi embarazo nervioso. Aunque de verdad me creí encinta, y yo misma me engañé antes de engañar a los míos, no dejo de ser yo quien se engañó. ¿Quién soy «yo»? Si ese «yo» no es más que mi conciencia, entonces soy inocente porque de verdad creía en mi embarazo». 
La tía Vivi aconseja a Franz que no asista al parto de Hanna, pues no debe ver a su mujer en esta situación.
«–Mi querido sobrino, no será de esos padres que entran en la sala de partos, ¿verdad? Se limitará, espero, a recorrer nervioso el pasillo de un extremo a otro fumando puros sin parar, ¿no es así?
–¿Estar presente en el parto? exclamó Franz, sorprendido. No se me había ocurrido.
–Mejor así. A mi juicio la presencia del marido no respeta a la esposa. Ninguna mujer sueña con mostrarse en ese estado, con las piernas abiertas, rompiendo aguas y gritando dolor. Mata el deseo». 
Además, la tía Vivi considera que Hanna debe tratar su patología, y que para ello debe recurrir al psicoanálisis.
«¿Cómo ha descubierto usted el psicoanálisis?
Le conté la intervención de la tía Vivi. 
No quiero que vuelva a ocurrir, doctor. La próxima vez tengo que estar encinta de verdad. 
Primero, me prohibió que lo llamara doctor, pues, según me anunció, no era médico, aunque aspirara a curarme».
«Algunos días, señora Von Waldberg, no me dirá nada, pero no por ello dejará de ser una sesión de trabajo. Otros días llorará, y eso será un avance. Algunos días me odiará. Sin embargo, en otros momentos, me apreciará, incluso demasiado, se exaltará usted de tanto como me apreciará. Será la fase de transferencia. Puedo predecir ya de antemano». 
En un principio, Hanna no estaba de acuerdo en asistir a dicho tratamiento. Sin embargo, se dio cuenta que el psicoanálisis la estaba «curando» y  ayudando a descubrir quién era realmente.
«Ahora -concluyó Calgari-, comprendo mejor su comportamiento general: nunca se siente legítima. En sociedad o frente a su marido, le atormenta la idea de la impostura, cree deber callarse para escuchar a los demás, juzga que Franz se ha equivocado de esposa y que terminará por darse cuenta. Esos temores vienen de su posición inicial, la de una niña adoptada que recibe un afecto arbitrario, no justificado por los  lazos de sangre (…)».
«–Aunque subsistan algunos puntos negativos, esta nueva vida me gusta. Más todavía: me encanta.
¿Por dónde empezar a contarte?
En Viena vivía como un pájaro enjaulado, (…). Desconocía la felicidad aunque creía poseerla; por eso me quejaba sin tregua de no apreciarla.
La cura psicoanalítica empezó a liberarme (…). Mi matrimonio con Franz era solo aparentemente feliz. Aunque era joven, consideraba a mi marido como a un padre, un patriarca que me enseñaba a comportarme, los usos del mundo y los deberes de una esposa. No lo amaba, lo reverenciaba. En la cama o en sociedad, le obedecía.
Pero la docilidad no me daba la plenitud. Gracias a Calgari, tomé conciencia de mi intensa frustración sexual. Un día tuve la torpeza de tratar de abolirla con él, sin darme cuenta de que se trataba de una transferencia, una etapa normal del tratamiento cuando ya está a punto de concluir».
Tras el psicoanálisis, Hanna descubre que no existen los finales felices de cuentos de hadas.
«He madurado. Ya no me aferro a Franz como a un clavo ardiendo. En según qué momentos ya no sé si lo amo o si lo odio, de tan soso como lo encuentro.
Me irrita. Me hastía su calma, su buen humor, su ecuanimidad y su inalterable urbanidad. Franz (…) es la encarnación del príncipe azul que descubrimos en los cuentos de hadas, el primer hombre con el que fantaseamos. Pero esos cuentos nunca nos revelaron lo que pensaban Blancanieves o la Cenicienta al cabo de varios años de vida de casadas, los cuentos se interrumpen en el umbral de la alcoba y cierran la puerta cuando los amantes se van a la cama. «Fueron felices y comieron perdices.» Un poco lacónico, ¿no?, para describir toda una vida... ».
«Retomando la fórmula, yo, desde que accedí a la alcoba del príncipe azul, no he comido perdices -no he tenido hijos, se entiende- ni estoy convencida de ser feliz. Sí, te lo digo sinceramente, mi querida Gretchen, la vida con el hombre ideal es un verdadero aburrimiento…».
Hanna descubre el orgasmo en relaciones sexuales con hombres desconocidos. 
«Por una serie de casualidades fui a parar entre los brazos de un individuo que me llevó a su casa. Para mi gran sorpresa, ese muchacho del que yo todo lo ignoraba y que no sabía nada de mí me hizo alcanzar el éxtasis cuando hicimos el amor.
¿Me creerás si te digo que nunca antes había estado cerca ni había sospechado siquiera ese estado? Mis paseos voluptuosos con Franz se habían limitado al jardín de la casa, un parque bien cuidado, pero nunca habíamos llegado hasta el bosque, no había franqueado ese límite, desdeñaba el poder que la naturaleza salvaje ha puesto en nosotros.
Profundamente conmovida por esa revelación sensual, no traté sin embargo de volver a ver al desconocido. Busqué a otro. Y otro. Y no sé cuántos más.
En cada ocasión, ascendía hasta la cumbre del placer».
Hanna empieza a llevar dos vidas: la que la sociedad espera de ella y la que ella realmente quiere. 
«Durante varios meses llevé esta doble vida.
¿Doble? Cuanto más avanzaba, más se acentuaba la desproporción entre ambas. Una era la consecuencia de un ritual hipócrita –la existencia de la señora Von Waldberg-, y la otra me daba la ocasión de explorar la inagotable munificencia de la naturaleza. Dos vidas, sí, una falsa y una verdadera. El reflejo y el original».
Hanna decide abandonar esa vida «falsa» y vivir solo la «verdadera». Por ello, abandona a Franz y se marcha de Viena. 
«–No puedo explicarte. Es culpa mía. Nunca debería haber aceptado casarme contigo. Suponía que el matrimonio no era mi destino, pero, aun así, enterré mis dudas. Ahora estoy segura. Mi marcha no tiene nada que ver contigo, no te sientas culpable, has sido irreprochable. Eres tan maravilloso que, precisamente por eso, concluyo que no tengo lugar en este tipo de vida». 
Hanna estudia a Freud y se convierte en psicoanalista. 
«Pude alquilar una buhardilla y empecé la lectura de las obras de Freud. A continuación hice una segunda cura, teórica y no terapéutica, lo cual me permitió convertirme a mi vez en psicoanalista». 
Hanna conoce a Ulla, una feminista militante.
«Aunque apenas nos quedaba tiempo, Ulla se empeñó en que visitáramos el beaterio. Para que entiendas su insistencia, tengo que precisarte que Ulla milita en pro de la liberación de las mujeres, protestando contra el papel accesorio que la sociedad nos otorga desde hace siglos. Reclama el derecho al voto para nosotras, argumentando que si obedecemos las leyes, también debemos participar en su creación. No acepta la idea de que seamos inferiores en inteligencia, y menos aún en nuestra capacidad de elegir. ¿Acaso hay que esperar a que llegue un tiempo de guerras y de penuria de hombres para redescubrir, cada vez, que las mujeres pueden ejercer responsabilidades e incluso oficios tradicionalmente masculinos? 
Aunque no estoy tan comprometida como Ulla, apruebo su lucha, y espero que no seas de esas tontorronas que se ofuscan por ello.
Según Ulla, las beguinas fueron las primeras mujeres emancipadas de la Edad Media, puesto que concibieron un modelo de vida autónomo, que excluía la idea de la pareja y la imposición de fundar una familia. Escapaban a los modelos corrientes -matrimonio, maternidad, viudedad, galantería- y soñaban con un horizonte que iba más allá de los partos y las sábanas manchadas.
Organizadas en comunidades no religiosas, ofrecían un modelo alternativo en esos tiempos de dominación masculina. De hecho, los hombres no tardaron en rebelarse; más de una vez atentaron contra su modo de vida, y al final terminaron por suprimirlo».
Ulla intenta que Hanna se libere de sus prejuicios patriarcales.
«–Te juzgas con demasiada severidad, Hanna, utilizas categorías que aprendiste en la infancia. Eres una mujer libre, una mujer natural, una mujer salvaje, como lo eran las supuestas brujas en el pasado, pero te criticas con los ojos de una mujer alienada, de una esposa. ¿Por qué valdría más un solo hombre que varios? ¿Quién ha dicho que el amor tenga que ser monógamo? Bueno, “monandro” en tu caso… ¿Dónde se ha establecido que la sexualidad deba reducirse a una aburrida repetición? ¿Cómo justificar que el tedio sea el único destino de la cópula?».